jueves, 11 de abril de 2013

La maldición del faraón





Las películas y la literatura han transformado la realidad del Antiguo Egipto. El año pasado se celebró el 90 aniversario del descubrimiento de uno de los grandes tesoros de la antigüedad, y los tesoros nos invitan a soñar y a especular.

Una de las historias recurrentes en este sentido es la de la maldición del faraón. Esta maldición consiste en la creencia de que sobre cualquier persona que moleste a momia de un faraón del Antiguo Egipto cae una maldición por la que morirá en poco tiempo. Y lo cierto es que existía la creencia de que las tumbas de los faraones tenían maldiciones escritas en ellas o en sus alrededores, advirtiendo a aquellos que las leyeran para que no entrasen.

Pero sin lugar a dudas la historia que más ha dado lugar a esta “maldición” es la asociada al descubrimiento de la tumba de un faraón de poca relevancia histórica de la XVIII dinastía y que se le conoció con el nombre de Tutankamón.

Muchos autores niegan que hubiese una maldición escrita, pero otros aseguran que Howard Carter encontró en la antecámara un ostracon de arcilla cuya inscripción decía: «La muerte golpeará a aquel que turbe el reposo del faraón». 
La tumba de Tutankamón de la dinastía XVIII permaneció oculta durante más de tres mil años. La tierra desplazada por la excavación de otras tumbas próximas provocó que cien años después del enterramiento de Tutankamón, el emplazamiento de su tumba o incluso la misma existencia del faraón habían sido olvidados. Los ladrones de tumbas de las dinastías XIX y XX incluso llegaron a construir algunas cabañas encima de la tumba sin sospechar de su existencia. Y así pasaron cientos de años, y miles de años.
Hasta que Egipto se convierte en un lugar atractivo para muchos arqueólogos que buscaban la gloria del pasado y su gloria personal. Uno de estos arqueólogos será Howard Carter quien descubrió la existencia de un faraón de la XVIII dinastía hasta entonces desconocido, y convenció a Lord Carnarvon para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía intacta en el Valle de los Reyes. 

El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por el que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas».




La tumba, luego catalogada como KV62, resultó ser la del faraón Tutankamón y es la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas. Permaneció prácticamente intacta hasta nuestros días hasta el punto que cuando Carter entró por primera vez en la tumba, incluso pudo fotografiar unas flores secas de dos mil años atrás que se desintegraron en seguida.



Después de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores, Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago del faraón desde hacía tres mil años.

Y entonces empezaron a morir personas que habían visitado la tumba, lo cual es conocido popularmente como la Maldición del faraón.

En marzo de 1923, cuatro meses después de abrir la tumba, Lord Carnarvon fue picado por un mosquito. La picadura produjo una herida que más tarde se infectó. La infección se fue extendiendo por todo el cuerpo. Una neumonía atacó mortalmente a Lord Carnarvon, que murió la noche del 4 de abril. Para aumentar más el poder de la leyenda se cuenta que a la misma hora de su muerte, el perro de Lord Carnarvon aulló y cayó fulminado en Londres. Más aún, cuando Lord Carnarvon murió, en el Cairo hubo un gran apagón que dejó a oscuras la ciudad. Poco más necesitó la prensa inglesa para airear las leyendas de la maldición de los faraones. Incluso algunos afirmaron que en un muro de las antecámaras estaba escrito: «la muerte vendrá sobre alas ligeras al que estorbe la paz del faraón», aunque en realidad esta frase nunca apareciese en las detalladas notas de Carter y el muro fue derribado para entrar en la tumba.

Estas historias de maldición y muertes faraónicas fueron asumidas por grandes escritores como Sir Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes, la escritora Marie Corelli o el arqueólogo Arthur Wiegall. Pero las cosas se complicaron. 
A la muerte de Lord Carnarvon siguieron varias más. Su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la apertura de la cámara real, murió inexplicablemente en cuanto volvió a Londres. Arthur Mace, el hombre que dio el último golpe al muro, para entrar en la cámara real, murió en El Cairo poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamon, enfermó y volvió a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Y un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo. Es decir que tras Carnarvon murieron otras seis personas más vinculadas con la tumba.

Al proceder a la autopsia de la momia se encontró que justo donde el mosquito había picado a Lord Carnarvon, Tutankamón tenía una herida. Este hecho disparó aún más la imaginación de los periodistas, que incluso dieron por muertos a los participantes en la autopsia. En realidad, excepto el radiólogo, los demás miembros del equipo vivieron durante años sin problemas, incluido el médico principal. El mismo descubridor de la tumba, Howard Carter, murió por causas naturales muchos años después. 
A principio de la década de los 30, los periódicos atribuían hasta treinta muertes a la maldición del faraón. La explicación más común a la maldición de los faraones es que fue una creación de la prensa sensacionalista de la época. Un estudio mostró que, de las 58 personas que estuvieron presentes cuando la tumba y el sarcófago de Tutankamón fueron abiertos, sólo ocho murieron en los siguientes doce años.
 Todos los demás vivieron más tiempo, incluyendo al propio Howard Carter, que murió en 1939. El médico que hizo la autopsia a la momia de Tutankamón vivió hasta los 75 años. Algunos han especulado con que un hongo mortal podría haber crecido en las tumbas cerradas y haber sido liberado cuando se abrieron al aire. Sir Arthur Conan Doyle fomentó esta idea y especuló con que el moho tóxico había sido puesto deliberadamente en las tumbas para castigar a los ladrones de tumbas. 
Howard Carter, el principal «implicado», murió el 2 de marzo de 1939 a los 64 años, de muerte natural, 17 años después. Su frase preferida cuando le hablaban de la «maldición», era: «Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas.» Y añadía “Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir a quienes se ocupasen de ellos, pedían que se los bendijera y dirigiesen al muerto deseos piadosos y benévolos... Estas historias de maldiciones, son una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas... “. Y ahora os toca a vosotros ¿creéis en la maldición o todo fue producto de la casualidad?

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